Aquel martes por la mañana acudió a nuestro consultorio Mario, un hombre de 36 años, empresario exitoso y a la vez un ejecutivo ocupado. Mario llevaba unos 15 años luchando con un problema de sobrepeso, que aparentemente inició cuando cursaba la universidad. Mario vivió toda su vida en una pequeña ciudad junto a sus padres y hermanos, al terminar sus estudios de preparatoria llegó el momento de abandonar su hogar y se dirigió a la ciudad de México para concluir sus estudios en una universidad pública. Fue al término de ese año, cuando el problema comenzó a hacerse evidente, Mario incrementó su peso considerablemente, reemplazó la dieta familiar por comida rápida, comenzó a ingerir de forma irregular y “entre comidas” dulces.
Gomitas, chocolates, chicles, galletas, barritas de cereal, así como alimentos lácteos con alto contenido en azúcar invadieron su dieta, se convirtieron en sus compañeros de estudio y en la forma en la cual Mario se distraía de sus problemas. Él, confesó haberlo intentado “Todo” para perder peso; dietas extremas, acupuntura, jugo de nopal en ayunas, fajas de yeso e hipnotismo. Nada parecía funcionar hasta ahora, los intentos de Mario para perder peso, eran en realidad múltiples esfuerzos aislados, no enfocados al problema real; Mario comía para relajarse.
Trabajar con niños es un verdadero privilegio para Be Tell Care, ya que los pequeños nos permiten aprender de primera mano, el verdadero origen de múltiples hábitos, problemas y desórdenes adultos. En la mayoría de los casos, analizar de forma meticulosa el problema, nos permite encaminarnos a proporcionar un apoyo genuino al paciente y a desarrollar un tratamiento individual y eficaz.
La infancia de nuestro paciente había sido compleja, en un hogar en donde los sentimientos eran reprimidos con frecuencia. Los festejos, aniversarios e incluso los logros escolares eran recompensados con comida. El buen comportamiento de Mario se premiaba con múltiples golosinas. No se le permitía levantarse de la mesa hasta terminar el platillo (en el que probablemente se servía una porción adulta), el premio por “comer bien” consistía en servir el postre. Sus padres no lo sabían, pero durante sus años de infancia enseñaron a Mario a comer en exceso, a comer para relajarse… a premiar sus esfuerzos y logros, comiendo.
El sabor dulce, un viaje en el tiempo a nuestra primera infancia
El ser humano busca naturalmente el sabor dulce, con la ilusión de recuperar la impronta de la leche materna, el alimento por excelencia del bebé, que constituye su primera experiencia de satisfacción, en donde se logra la sensación de calma, protección y compañía de la madre.
El gran atractivo del chocolate sobre los consumidores de todas las edades, se relaciona por contener en sí mismo tanto la leche, como el sabor dulce, que remiten a ese vínculo con la madre, con el afán de recrear esa experiencia placentera.
La alimentación y preferencias de un sabor y otro tienen bases fisiológicas y psicológicas, depende principalmente de nuestras experiencias que nos lleva a evocar momentos placenteros del pasado.
Cuando la ingesta excesiva de azúcar y químicos se suma a problemas emocionales, debido a la disfunción familiar, estos se agravan, se complican, y el pronóstico es menos alentador.
Dulces como premios
Al margen de que los productos industrializados, no cuentan con los nutrientes indispensables para un desarrollo físico e intelectual sano de los niños, se puede observar una propuesta publicitaria y familiar inquietante.
Se pierde el momento familiar tradicional del desayuno, comida, cena, en donde los miembros de la familia se reúnen en torno a la mesa para disfrutar los alimentos y “estar en contacto”. Es de esperar una mayor disgregación familiar, mayor soledad y patologías derivadas.
El niño empieza a establecer condicionamientos, en donde liga el juego, con la necesidad de comer. Esta necesidad deja de presentarse en ciertos momentos del día y se vuelve una constante en la lista de demandas y requerimientos por parte del niño.
Es inevitable asociar el dulce a momentos de fiesta, reuniones y celebración, toda esta información se guarda en el cerebro bajo una etiqueta afectiva favorable.
El dulce de un pastel de cumpleaños proporciona una gran satisfacción. Los centros de recompensa del cerebro se activan por la situación que rodea al dulce. Asumimos y asociamos el dulce con recompensa y abusamos del dulce, no porque tengamos hambre, sino porque estamos buscando activar esa recompensa, que en nuestro cerebro nos da sensación de bienestar.
Adicción a los dulces
Algunos problemas de sobrepeso y obesidad, se relacionan con un desequilibrio en la química básica cerebral. Lo cual produce, una gran necesidad por comer cosas dulces y carbohidratos en general.
El estrés que producen los cambios, los hechos traumáticos como un divorcio, una pérdida, o un trabajo exigente, pueden llevar a una persona a adquirir una adicción a los dulces.
El ritmo de vida acelerado favorece el desequilibrio bioquímico del cerebro y la disminución de neurotransmisores como la serotonina o la dopamina.
La vida sedentaria y el fácil acceso a comida chatarra y poco saludable, contribuyen a consolidar estos hábitos dañinos.
La mayoría de las enfermedades, se desencadenan como consecuencia de malos hábitos alimenticios.
Es todo un reto, pero es posible cambiar un hábito poco saludable por otro más sano, incorporando a la dieta alimentos que no producen adicción, descartando los que son dañinos o adictivos.
Reaprender a relajarse
En la actualidad contamos con diversos tratamientos, que con ayuda profesional pueden ayudar a los pacientes a relajar su mente y cuerpo, manejar el estrés, así como expresar sus emociones. El yoga, la técnica de relajación muscular progresiva, realizar actividad física, exponerse al aire libre, masajes, lecturas, pintura, entre otras actividades resultan realmente benéficas.
Existen alimentos como el chocolate amargo, avena, pescados ricos en ácidos grasos, hojas verdes, que nos ayudan naturalmente a combatir el estrés y relajarnos.
¿Necesitas ayuda para relajarte y desaprender? Contáctanos.
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